“No podíamos quedarnos de brazos cruzados,” afirmó Leonel Fernández, presidente dominicano en ese momento. Esa misma noche, las órdenes estaban claras: había que actuar, y rápido.
Jimaní: el epicentro de la solidaridad

Desde este pequeño punto fronterizo, fluyó la ayuda no solo de República Dominicana, sino también de grandes potencias como Estados Unidos, España y Canadá, que utilizaron suelo dominicano como puente para enviar suministros.
El corazón dominicano en movimiento

La solidaridad no quedó en manos del gobierno. Fue el pueblo dominicano el que demostró que, incluso con limitaciones, la generosidad no tiene fronteras. Empresas, universidades y ciudadanos comunes se sumaron a la causa. Telemicro y Color Visión organizaron telemaratones que recaudaron millones; fábricas donaron materiales de construcción, y hasta las familias más humildes abrieron sus hogares para refugiar a quienes lo habían perdido todo.
En las calles, se respiraba un espíritu de unidad pocas veces visto. Las fronteras políticas, sociales y económicas se desvanecieron ante una sola causa: ayudar al vecino que sufría.
Obstáculos y tensiones

Sin embargo, no todo fue perfecto. Las carreteras hacia Jimaní quedaron saturadas por el incesante flujo de vehículos cargados de ayuda, y hubo críticas sobre la lentitud en la distribución de algunos suministros. Además, las tensiones históricas entre ambos países volvieron a emerger cuando miles de haitianos buscaron cruzar la frontera, enfrentándose a obstáculos burocráticos y prejuicios.
A pesar de estos retos, la respuesta dominicana brilló como un faro en medio de la oscuridad.
Una lección que trasciende el tiempo
Hoy, quince años después, el terremoto de 2010 no solo marcó a Haití, sino también a la República Dominicana. Fue un momento de aprendizaje, de humanidad y de reafirmación de los lazos entre dos pueblos cuyas historias han estado entrelazadas por siglos.
El legado de aquellos días es claro: cuando la tierra se quebró, el corazón dominicano permaneció firme, demostrando que las verdaderas fronteras no se dibujan en los mapas, sino en la empatía de los pueblos.
“No somos ricos, pero nuestra riqueza es nuestra humanidad,” dijo un voluntario en Jimaní, mientras cargaba cajas de alimentos con sus manos.
Esa frase, simple y poderosa, resume el espíritu de un país que, en el momento más difícil de su vecino, no solo respondió, sino que lo hizo con todo el corazón.